Por Nilda Claudia Giangiácomo
Tenía ocho años, fusión de choque de planetas y obligada serenidad. Allí estaban ellos... mis sueños. Sueños de juegos, de fiestas populares, de vestiditos de organza, plumetí, zapatitos de charol, disfraces, tardecitas de cuentos con aroma a torta recién horneada.
Recuerdo aquel día que golpearon mi puerta y llegó a mis manos un libro de cuentos. No pude ver el rostro de quien lo traía. Extasiada, lo apreté fuertemente, para que nadie me lo arrebatara, hacía tanto tiempo que lo añoraba... necesitaba aferrarme a él... fue una efímera felicidad.
Me preguntaba el porqué de ese rostro sin modelar, lo hubiese guardado en mi retina porque allí permanecería para siempre.
Recuerdo aquel día que golpearon mi puerta y llegó a mis manos un libro de cuentos. No pude ver el rostro de quien lo traía. Extasiada, lo apreté fuertemente, para que nadie me lo arrebatara, hacía tanto tiempo que lo añoraba... necesitaba aferrarme a él... fue una efímera felicidad.
Me preguntaba el porqué de ese rostro sin modelar, lo hubiese guardado en mi retina porque allí permanecería para siempre.
La respuesta no tardó en llegar... era solo un sueño... otro más.
Mi corazón, como siempre lo hacía, se encargaba de alistarme a mi realidad, su galope a veces doliente me anunciaba la llegada de ellos, implacables, como personajes siniestros de un cuento con triste final... eran los remordimientos.
¡Tu madre está enferma! me repetían una y otra vez. Deseaba escapar... adelantar mi adultez. Buscaba miles de disfraces, máscaras para ocultar, pero aún así regresaban ellos para redesnudar mi rota niñez.
¡Tu madre empeora! me sacudían con cierta crueldad y allí estaba yo, presa del desencanto que me proporcionaba mi diario vivir. Salí a buscar la medicina para mamá y allí frente a mi estaba él... un muchacho apenas más grande que yo, de mirada tierna y desafiante. Estaba confundida pero ávida de sentir por primera vez, que alguien reparaba en mí. Presagiando cual mago, que mis sueños estaban ''casi'' rotos, sacó de su galera ese libro de cuentos, que había permanecido solo un tiempo entre ellos y que tanto deseaba tener.
Te lo presto - me dijo
¡Era de mi mamá! - replicó
Úsalo todo el tiempo que quieras
No puedo describir que extraña sensación de plenitud embriagaba todo mi ser, solo atiné a gritar ¡Soy! ¡Estoy!.
Desde ese día me abrí a la vida, como las páginas de ese libro, con un rostro nuevo, saboreando en cada momento el néctar de sus encantos y la superación de los desencantos.
Mi corazón, como siempre lo hacía, se encargaba de alistarme a mi realidad, su galope a veces doliente me anunciaba la llegada de ellos, implacables, como personajes siniestros de un cuento con triste final... eran los remordimientos.
¡Tu madre está enferma! me repetían una y otra vez. Deseaba escapar... adelantar mi adultez. Buscaba miles de disfraces, máscaras para ocultar, pero aún así regresaban ellos para redesnudar mi rota niñez.
¡Tu madre empeora! me sacudían con cierta crueldad y allí estaba yo, presa del desencanto que me proporcionaba mi diario vivir. Salí a buscar la medicina para mamá y allí frente a mi estaba él... un muchacho apenas más grande que yo, de mirada tierna y desafiante. Estaba confundida pero ávida de sentir por primera vez, que alguien reparaba en mí. Presagiando cual mago, que mis sueños estaban ''casi'' rotos, sacó de su galera ese libro de cuentos, que había permanecido solo un tiempo entre ellos y que tanto deseaba tener.
Te lo presto - me dijo
¡Era de mi mamá! - replicó
Úsalo todo el tiempo que quieras
No puedo describir que extraña sensación de plenitud embriagaba todo mi ser, solo atiné a gritar ¡Soy! ¡Estoy!.
Desde ese día me abrí a la vida, como las páginas de ese libro, con un rostro nuevo, saboreando en cada momento el néctar de sus encantos y la superación de los desencantos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario